Historia de la Villa de Moya.
La Villa de Moya, situada entre dos grandes barrancos, el de Azuaje (desde 1767 de la Virgen) y el de Moya, fue durante siglos el lugar más bello de la comarca norte de la isla de Gran Canaria debido a sus extensos y poblados bosques de la célebre Montaña de Doramas, que debe su nombre a haber sido residencia habitual del insigne caudillo aborigen Doramas. Precisamente, Doramas, encabezó la lucha de este lugar grancanario contra los invasores españoles en la Guerra de la Conquista (1478-1483). Doramas fue asesinado en 1481 por el conquistador Pedro de Vera.
Este término municipal toma su nombre del idioma ínsulo-amazigh (propia de los aborígenes canarios), que al igual que otras muchas localidades del archipiélago fueron castellanizados con posterioridad, siendo la evolución del mismo: a) Măyo > Amuyo > Amoya > Moya. El significado de (a)Măyo en el ínsulo-amazigh vendría a ser una especie de margarita que crece en matorrales, de flores amarillas muy olorosas, aspecto que señala la gran cantidad y variedad de endemismos existente en el municipio.
Moya surge como núcleo de población moderno tanto por razones de necesidad de asentamiento agrícola como de carácter religioso. Los repartos de tierras y aguas efectuados tras la conquista de Gran Canaria y la orografía condicionaron el asentamiento poblacional, conformándose núcleos dispersos por encima de los 600 metros de altitud (Montaña de Doramas) y agrupados por debajo de esa cota (casco de Moya). El crecimiento de la población permitió a Moya adquirir en los comienzos de la modernidad la condición de pueblo y contar con párroco y alcalde. La ermita construida a finales del siglo XV bajo la advocación de La Candelaria, fue reemplazada en 1673 por una nueva iglesia que, aunque sometida a diversas reconstrucciones, permaneció en pie hasta su sustitución por el actual templo a mediados del siglo XX. Muy pronto, el 18 de abril de 1515, el obispo Vázquez de Arce la convirtió en parroquia, precediendo el párroco al alcalde y permitiendo el establecimiento de una escuela a cargo del sacristán, hasta la fundación de la primera escuela pública de niños en 1806.
El fomento de la agricultura impulsó el proceso urbanizador en el siglo XVIII y, si a mediados de la centuria, el casco de Moya concentra el 43,7% del vecindario y Fontanales el 14,2% (segundo lugar en importancia), en los comienzos del siglo XIX la concentración vecinal en el casco se reduce al 19,3% y la de los núcleos del entorno de la Montaña de Doramas se eleva al 31,2% debido a los repartos y roturaciones de nuevas tierras en dicha Montaña (1806 y 1812). La vivienda habitual, de dimensiones modestas (una o dos habitaciones) y con escasa inversión en su construcción, fue la casa de una planta (casco, la costa y Fontanales) y la cueva (entorno de la Montaña de Doramas), con un ritmo de crecimiento similar al de la población: 138 viviendas de fines del siglo XVII, 159-318 en el XVIII y 791 a mediados del XIX, en su mayoría de una planta (92,2%).
La economía se basó en la agricultura, actividad a la que se dedican a fines del siglo XVIII unas 5.000 fanegadas (3.500 de regadío), incrementadas con las repartos y datas efectuadas en la Montaña durante el siglo XIX y que suscitaron una importante conflictividad con los pueblos colindantes de Teror, Arucas y Firgas. En la primera mitad del siglo XVI tuvieron importancia los cultivos del azúcar (ingenio de Salvago-Espínola) y de subsistencia; tras el declive del azúcar se intensificaron los cultivos de la vid, cereales y hortofrutícolas. El millo, introducido en el segundo tercio del siglo XVII, se convirtió en el cultivo predominante representando en el siglo XIX el 60% de la riqueza productiva. La ganadería se redujo a los animales de transporte, cría de ovejas y cabras para el consumo local y ganado mayor para las labores agrícolas. La Montaña de Doramas propició un desarrollo de la silvicultura y extracción de madera. A fines del XVIII se desarrollan ciertas actividades artesanales como la alfarería, cestería, manufactura textil y labores de ebanistería, a lo que se unen los molinos harineros levantados en los barrancos de Azuaje y Moya.
Yacimiento Arqueológico de La Montañeta.
Se trata de un yacimiento arqueológico declarado bien de interés cultural por el Gobierno de Canarias con el decreto 14/2009. Se encuentra en las proximidades de la cabecera del Barranco del Pagador a 433 m.s.m., cercano a los barrios de Lomo Blanco y El Palo, muy próximo al casco de la Villa de Moya. El yacimiento se enclava en un colina, desde donde se dominaba el área de costa y las aguas corrientes de los barrancos de Pagador y Salado.
Ocupa fundamentalmente la cara sur de la montaña del mismo nombre. Se trata de un conjunto de cuevas naturales y artificiales de diferente tipología y funcionalidad (graneros, almogaren, viviendas, tagoror y cuevas funerarias) que conforman, sin duda, el poblado prehistórico de mayor entidad del municipio de Moya. El mismo viene siendo estudiado desde los años 40, época en la que D. Sebastián Jiménez Sánchez realiza intervenciones arqueológicas en la zona. A parte de la gran cantidad de restos inmuebles, de este yacimiento se han recuperado diversos restos arqueológicos, principalmente cerámicas de decoración y tipologías variadas, industrias líticas talladas y pulimentadas, restos de madera y piel, ídolos, malacofauna y fauna terrestre.
La Montañeta no se muestra como un yacimiento aislado sino que, se cree, que se engloba dentro de un conjunto de mayor relevancia si se atiende no a los límite políticos actuales del municipio sino al territorio, pues cerca de ésta se localizan los yacimientos de las cuevas viviendas de La Guancha (Firgas), el Cenobio de Valerón (con múltiples silos), el Morro de Verdugado (con una estructura parecida a la de Moya) o el Tagoror del Gallego (Guía).
Jiménez Sánchez (1950) dividió este complejo arqueológico en cinco grupos:
- Grupo 1: conjunto de cuevas artificiales que se encuentran junto al camino de acceso al poblado y que han sido utilizadas en épocas recientes para la estabulación de ganado como piconeras.
- Grupo 2: conjunto de varias cuevas entre la que destaca la Cueva 2 considerada como un granero. Se trata de un recinto de grandes dimensiones con dos alturas y al que se accede por unas escaleras talladas en la roca. En el interior, se encuentran varios silos excavados tanto en las paredes como en el suelo, así como huecos en las paredes de dimensiones más reducidas que los silos. La cueva del nivel inferior fue denominada por Jiménez Sánchez como la Cueva del Guardián y en la misma se encontraron restos de molinos de mano.
- Grupo 3: dentro de este conjunto destaca la Cueva 1 que presenta dos alturas comunicadas por una gatera y por una oquedad semicircular excavada en el suelo. Lo más destacado de este recinto es la existencia de cazoletas y canales excavados, así como la presencia de tres asientos labrados en la roca y de varios silos.
- Grupo 4: este grupo está compuesto por 3 cuevas que se encuentran en un mismo nivel. Dos de ellas están comunicadas por el interior y en las mismas existen silos excavados y muros de piedra seca.
- Grupo 5: dentro de este grupo se encuentra la denominada Cueva Santuario, que es quizás la más importante del complejo. En su interior aparecen alrededor de 18 cazoletas comunicadas por canales y que han sido interpretadas como estructuras para la realización de ritos o cultos relacionados con el derramamiento de líquidos.
Cerca de este recinto se encuentra el Tagoror, cueva de difícil acceso y en la que se cita la existencia de un asiento en su interior labrado en la roca.
La Palmera.
La palmera canaria (Phoenix canariensis), es una especie endémica de las Islas Canarias. Debido a su belleza, facilidad de adaptación y resistencia al frío es una de las palmeras que más se usa en jardinería. Se trata de una especie protegida en las islas de origen. Ésta se considera, según una ley del Gobierno de Canarias, el símbolo natural del archipiélago canario, conjuntamente con el canario (como ave).
Se caracteriza por alcanzar unos 15 metros de altura e incluso más. Su tronco es pardo, esbelto, recto y de grosor uniforme, marcado por las cicatrices que dejan las hojas al caer, y rematado en su parte superior por una gran cantidad de hojas arqueadas de hasta 7 m. de longitud, que conforman una copa densa y esférica. Sus frutos, llamadas “támbaras” o “támaras”, son más redondeadas que los de la palmera datilera y al madurar adquieren un tono amarillo anaranjado.
En Canarias existe una multitud de aprovechamientos de las distintas partes de palmera, hoy parcialmente en desuso. Las hojas más tiernas o palmitos se utilizaban como alimento para ganado e incluso para la propia población (época prehispánica). Sin embargo, el recurso alimenticio más conocido ha sido el de su sabia, fermentada para obtener aguardiente o cocinada para elaborar miel de palma. Igualmente, fueron empleadas en la construcción de viviendas, fabricación de mochilas, cestas, sogas, esteras, redes de pesca, sombreros o escobas.
En el municipio de Moya se pueden localizar dos hermosos pequeños bosques de palmeras. Uno situado en el barranquillo próximo al cruce de Cabo Verde-Los Dragos (Palmeral del barranco del Salado) y el otro en el caserío de Los Dragos. En ambos, predomina la palmera canaria, aunque existen algunos ejemplares de palmera datilera. Los primeros que se instalaron estaban asociados a los terrenos de cultivo de la zona. En la actualidad, conforman bosquetes de más de 300 ejemplares.
Cabe señalar que, la explotación de las palmeras en el municipio de Moya, contribuyó al abastecimiento local y comarcal, abundantes, tal y como se ha mencionado en párrafos anteriores, en la zona de Cabo Verde o Cuesta de los Dragos. Esto dio lugar a una pujante artesanía de cestería, esteras o corchos para su uso como abejeras, además de un considerable uso de los palmitos para procesiones, adornos religiosos o usos particulares.
La Platanera.
El cultivo del plátano parecer ser que comenzó en el sudeste asiático, entre la India y Malasia; en el siglo V pasaría al continente africano procedente de Madagascar y de ahí se extendió por las costas del Mediterráneo, ya en el siguiente siglo. En Canarias, algunos opinan que fue introducido a partir de África Occidental (Guinea), posiblemente por expedicionarios portugueses, a principios del siglo XV (según Álvarez de la Peña, 1981), otros piensan que fueron los ingleses los encargados de su difusión inicial en la región, incluso hay autores que mantienen que esta variedad era ya conocida en el archipiélago a fines del siglo XVIII (Martín Ruiz et al., 1991).